Incidencia de la guerra de Ucrania en la logística para eCommerce
Laia Ordoñez
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Con los precios del combustible aumentando sin parar, las empresas se enfrentan a un problema y un reto: la viabilidad. Especialmente los transportistas.
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En las últimas fechas es un tema recurrente en todas las conversaciones informales o profesionales: la guerra en Ucrania ha hecho que se agravase dramáticamente el problema energético, hasta el punto de tener a muchas empresas de transportes al borde del cierre.
Si a una cadena de suministros que ya quedó tocada por los efectos del COVID-19 se le encarece exponencialmente el coste del combustible, el resultado puede ser un caos logístico cuyas consecuencias aún están por predecirse
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Evolución del precio de los combustibles
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Pocas veces hemos visto un contexto que afecte, de manera tan global, a todos los mercados simultáneamente. El problema es que Europa tiene una dependencia enorme del petróleo ruso, y eso condiciona enormemente el marco competitivo al interrumpirse el flujo. Como resultado, vemos el barril de Brent (valor de referencia) cotizando en 133$, incrementándose su precio un 82,88% en los últimos 12 meses.
En el caso concreto de España, por poner un ejemplo cercano, en solo un año hemos pasado de pagar 1,31 y 1,18 por gasolina y diésel respectivamente a rozar los dos euros el litro de gasolina. Y lo peor es que sabemos que la sensación de no haber llegado a tocar techo aún es más bien una certeza.
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Pero no solo ha subido la gasolina y el gasoil: otros combustibles también presentes en la cadena de distribución han visto alterados al alza sus precios, alcanzando máximos históricos. Desde el queroseno de los aviones a otras alternativas, como el GLP (gas licuado de petróleo), ya presente en muchas flotas de empresas de transporte. Del precio de la electricidad ya ni hablamos, porque su escalada es igual de vertiginosa.
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¿Hasta qué punto afecta al transporte?
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Para una empresa de transporte o un transportista autónomo, la inversión en combustible suele ser el segundo coste más elevado que tiene que afrontar cada mes. Se estima que supera el 10% de sus costes operativos.
Es cierto que, en mayor o menor medida, esto se repercute en las empresas y consumidores finales; pero con las subidas produciéndose a diario, siempre va a existir un cierto descuadre temporal que juega en su contra, incluso aunque trasladen el 100% de ese incremento.
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¿Realmente esto puede llevar al cierre a las empresas de transporte?
Pues lo cierto es que sí. No es por ser apocalípticos, pero basándonos en los datos que hemos comentado, vemos un problema realmente serio de viabilidad, que se irá agravando en función de lo que dure el conflicto y su escalada.
Los que van a sufrir más son, en este caso también, los más pequeños. Empresas locales y autónomos que pagan el combustible al mismo precio que los particulares. Ellos carecen de la posibilidad de negociar por volumen como sí hacen los grandes actores del sector. Precisamente por esto siempre van a ser menos competitivos en precio y su capacidad para resistir será inferior.
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Por su parte, las grandes compañías de transportes se enfrentan al mismo problema del coste de gasoil y gasolina, pero con unas estructuras gigantescas que sostener, con miles de empleados y almacenes por todo el mundo.
Es cierto que la demanda no para todavía. El comercio electrónico nos ha hecho, en cierto modo, dependientes del transporte, tanto a nivel B2B como B2C. Aún así, lo lógico es que la inflación galopante vaya retrayendo el consumo de manera progresiva, con lo que estas empresas también se verán afectadas por la crisis económica y con importantes facturas pendientes de cobro.
Por si fuera poco, muchas de estas grandes empresas operan en Rusia… o, mejor dicho, operaban. Las restricciones que el contexto bélico impone han hecho que compañías como DHL o FedEx suspendan parcialmente el envío de paquetes a este país, siguiendo la estela de Maersk y MSC, que ya solo envían contenedores a territorio ruso en el caso de llevar en su interior medicamentos o productos alimentarios.
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Tampoco ha ayudado precisamente la nueva normativa para el comercio electrónico impulsada por el gobierno de Putin. Entre otras cosas, anunció la exigencia del pago de aranceles en cualquier compra online que supere los 150 euros y la obligatoriedad de realizar los envíos al domicilio en el que esté empadronado el destinatario.
No podemos obviar que es una de las economías más fuertes del mundo, con lo que su cuota de mercado es representativa para estas compañías de transporte.
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¿Qué soluciones se pueden plantear?
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Somos conscientes de haber trazado un escenario poco menos que apocalíptico. Pero lo cierto es que todo puede superarse cambiando de estrategia.
Pese a que no hay todavía una hoja de ruta clara y cerrada en esté sentido –es decir, los diferentes gobiernos de Occidente aún no han llegado a sentarse y establecer unas directrices de actuación unánimes y cerradas–, lo cierto es que varios expertos se están pronunciando estos días en Internet con posibles soluciones que no están mal planteadas. Veamos algunas de ellas:
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#1 – Acelerar la transición energética
Dada la dependencia europea con respecto al gas y petróleo rusos, una de las soluciones que se plantean para salvar los muebles es reducir drásticamente esa dependencia acelerando la transición verde.
Los defensores de esta idea argumentan que Rusia es básicamente una gasolinera gigante, en el sentido de que la economía rusa está muy poco diversificada y también depende enormemente de la venta de gas y petróleo. Mientras sigamos dependiendo del gas y el petróleo rusos, Rusia podrá apretarnos las tuercas.
Pero si el combustible y la electricidad que empleamos en Europa es mayormente de procedencia renovable (sol, viento, agua) y nuclear (resucitando las centrales que recientemente Europa ha cerrado), conseguimos matar dos pájaros de un tiro: por un lado, hundimos del todo la economía rusa; por otro lado, nos liberamos completamente de su yugo.
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Sin embargo, esta idea también tiene sus detractores. Son los que ven a China frotándose las manos con el negocio que van a hacer, a la vez que llaman la atención sobre la afinidad ruso-china y sobre el hecho de que China no está adoptando una posición definitiva en este conflicto, claramente con la idea de no cerrarse puertas.
No hay que olvidar que China se plantó en Afganistán a las 24h del reciente golpe de estado talibán para estrechar la mano a los nuevos dirigentes; y, de paso, asegurarse el acceso a la explotación de los metales raros que albergan las reservas naturales del país, como el litio, un elemento que se usa intensamente en la producción de componentes tecnológicos (móviles, ordenadores, servidores… cuyo hardware, por cierto, también se produce mayormente en China) y también en la producción de baterías eléctricas para vehículos.
Es decir, pasaríamos de depender de Rusia a depender de China, lo que plantea la cuestión de si no saldríamos de Guatemala para meternos en Guatepeor.
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#2 – Cambiar las reglas del mercado mayorista de energía
En la actualidad, el precio de las diferentes energías que se venden en el mercado mayorista europeo está regulado de tal manera que se asigna a todas las energías el precio más alto, en este caso el precio del gas. Es decir, compramos electricidad a precio de gas ruso, solo porque el gas ruso tiene el precio más alto.
Pese a que hay gente que lleva años cuestionando esta política, lo cierto es que, a precios normales, no supone mayor problema. El problema viene cuando una de las energías presenta un precio irreal (como el gas ruso) debido a una causa de fuerza mayor como es la actual guerra: el resto de energías se forran literalmente, sobre todo las procedentes de renovables, que son baratísimas de producir.
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En tal caso, no solo estamos comprando gas ruso a precio de gas ruso, sino también la electricidad. La presión financiera que esto genera en las empresas y las familias, unido a los desorbitados precios del combustible, pueden provocar una crisis en cadena que lleve a nuestras sociedades a vivir en una situación de pobreza energética –y en consecuencia, de pobreza general, porque si la energía se lleva todo el dinero el consumo se retrae– por el simple hecho de no poder hacer frente a esta inflación.
En estos momentos, los socios europeos están reunidos para modificar esta política imponiendo un tope máximo para que el precio del resto de fuentes de energía más allá del gas ruso sigan siendo asequibles para la población.
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#3 – Consumir (mucho) menos gas y petróleo
Esto, más que una solución, es una compensación y una manera de ejercer más presión en el mercado ruso. Si todos los europeos consumimos menos calefacción, menos agua caliente y menos gasolina, Rusia obtiene menos ingresos por la venta de esas materias primas, y ese dinero se queda en Europa.
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Al mismo tiempo, si el consumo familiar o individual se modera significativamente, los precios de mercado del petróleo y el gas bajan, y eso de algún modo protege el necesario consumo empresarial de combustible y gas, garantizando que nuestras empresas –entre ellas las de transporte– puedan seguir funcionando.
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¿Crees que el aumento del precio del combustible afectará a los transportistas con los que trabajas habitualmente? ¿Cuál es tu previsión?
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Imágenes | Unsplash y fuentes enlazadas.